Había una vez un amplio país blanco de papel.
El Rey de este país era el Compás. ¿Por qué
no?
El Compás. Aquí viene caminando con sus dos patitas
flacas: una pincha y la otra no.
Jo jo jo jo jó,
una pincha y la otra no.
El Rey Compás vivía en un gran palacio de
cartulina en forma de icosaedro, con dieciocho ventanitas.
Cualquiera de nosotros estaría contento en un
palacio así, pero el Rey Compás no. Estaba siempre triste y preocupado.
Porque para ser feliz y rey completo le
faltaba encontrar a la famosa Flor Redonda.
Jo jo jo jo jó,
sin la Flor Redonda no.
El Rey Compás tenía un poderoso ejército de
Rombos, una guardia de vistosos Triángulos, un escuadrón policial de forzudos
Trapecios, un sindicato de elegantes Líneas Rectas, pero... le faltaba lo
principal: ser dueño de la famosa Flor Redonda.
El Rey había plantado dos Verticales Paralelas
en el patio, que le servían de atalaya. Las Paralelas crecían, crecían,
crecían...
Muchas veces el Rey trepaba a ellas para otear
el horizonte y ver si alguien le traía la Flor, pero no.
Había mandado cientos de expediciones en su
búsqueda y nadie había podido encontrarla.
Un día el Capitán de los Rombos le preguntó:
—¿Y para qué sirve esa flor, señor Rey?
—¡Tonto, retonto! —tronó el Rey—. ¡Solamente
los tontos retontos preguntan para qué sirve una flor! El Capitán Rombo, con
miedo de que el Rey lo pinchara, salió despacito y de perfil por el marco de la
puerta.
Otro día el Comandante de los Triángulos le
preguntó:
—Hemos recorrido todos los ángulos de la
comarca sin encontrarla, señor Rey. Casi creemos que no existe. ¿Puedo
preguntarle para qué sirve esa flor?
—¡Tonto, retonto! —tronó el Rey—. ¡Solamente
los tontos retontos preguntan para qué sirve una flor! El Comandante de los
Triángulos, temeroso de que el Rey lo pinchara, salió despacito y de perfil por
una de las dieciocho ventanas del palacio.
Otra tarde la Secretaria del sindicato de
Líneas Rectas se presentó ante el Rey y tuvo la imprudencia de decirle:
—¿No le gustaría conseguir otra cosa más útil,
señor Rey? Porque al fin y al cabo, ¿para qué sirve una flor?
—¡Tonta, retonta! —tronó el Rey—. ¡Solamente
las tontas retontas preguntan para qué sirve una flor! La pobre señorita Línea,
temerosa de que el Rey la pinchara, se escurrió por un agujerito del piso.
Poco después llegaron los Trapecios,
maltrechos y melancólicos después de una larga expedición.
—¿Y? ¿Encontraron a la Flor Redonda? —les
preguntó el Rey, impaciente.
—Ni rastros, Majestad.
—¿Y qué diablos encontraron?
—Cubitos de hielo, tres dados, una regla y una
cajita.
—¡Harrrto! ¡Estoy harrrto de ángulos y rectas
y puntos! ¡Sois todos unos cuadrados! (Este insulto ofendió mucho a los
Trapecios).
—¡Estoy harrrto y amarrrgado! ¡Quiero
encontrar a la famosa Flor Redonda!
Y todos tuvieron que corear la canción que ya
era el himno de la comarca:
Jo jo jo jo jó,
sin la flor redonda no.
Los súbditos del Rey, para distraerlo,
decidieron organizar un partido de fútbol.
Las tribunas estaban llenas de Puntos
alborotados.
Los Rombos desafiaban a los Triángulos.
En fin, ganaron los Triángulos por 1 a 0
(mérito singular si se tiene en cuenta que la pelota era un cubo).
El Capitán de los Rombos fue a llorar su
derrota en un rincón.
El Comandante de los Triángulos, cansado y
victorioso, se acercó al Rey:
—¿Y? ¿Le gustó el partido, Majestad?
—¡Bah, bah!... —dijo el Rey, distraído,
siempre con su idea fija—. No perdamos tiempo con partidos; mañana salimos
todos de expedición.
—¿Mañana? Pero estamos muy cansados, señor
Rey. El partido duró siete horas; usted no sabe cómo cansa jugar con una pelota
en forma de cubo.
—Tonto, retonto, mañana partimos.
A la mañana tempranito el Rey pasó revista a
sus tropas. Había decidido salir él mismo a la cabeza de la expedición. Rombos,
Cuadrados, Triángulos, Trapecios y Líneas Rectas y Quebradas formaban fila,
muertos de sueño y escoltados por unos cuantos Puntos enrolados como
voluntarios.
Allá se van todos, en busca de la famosa,
misteriosa y caprichosa Flor Redonda.
La expedición del Rey Compás atravesó páginas
y cuadernos desolados, ríos de tinta china, espesas selvas de viruta de lápiz,
cordilleras de gomas de borrar, buscando, siempre buscando a la dichosa flor.
Registraron todos los ángulos, todos los
rincones, todos los vericuetos, bajo el viento, la lluvia, el granizo y la
resolana.
—Me doy por vencido —dijo por fin el Rey.
Quizás ustedes tenían razón y la dichosa Flor Redonda no exista. Quizá no eran
tan retontos como yo pensaba. Volvamos a casita.
Cuando volvieron, el Rey se encerró en su
cuarto, espantosamente triste y amargado.
Al rato entró la señora Línea a llevarle la
sopita de tiza y se preocupó mucho al verlo tan triste.
—Señor Rey —le dijo para consolarlo—, ¿no sabe
usted que siempre es mejor cantar y bailar que amargarse?
Cuando la señorita Línea se hubo deslizado por
debajo de la puerta, el Rey, que no era sordo a los consejos, dijo:
—Y bueno, probemos: la la la la...
Y cantó y bailó un poquito.
Bailando, bailando, bailando, descubrió
sorprendido que había dibujado una hermosa Flor Redonda sobre el piso de su
cuarto.
Y siguió bailando hasta dibujar flores y más
flores redondas que pronto se convirtieron en un jardín.
Jo jo jo jo jó,
y la Flor la dibujó.
FIN
EL DIABLO INGLÉS
María Elena Walsh
Ilustración de Douglas Wright
Editorial ALFAGUARA
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